jueves, 16 de diciembre de 2010

Un testimonio en el aeropuerto de El Prat

Sucedió los días 3 y 4 de diciembre. Un caso más de los 600.000 que hubo, pero narrado en primera persona por Rackham the Red.

Es necesario complementar su lectura con mi artículo en DALT DE L'ARC DE SANT MARTÍ para ver hasta donde alcanzó el engaño del Gobierno.


Si, yo estuve en esos días caóticos de los aeropuertos españoles. La odisea fue divertida a la par que sangrante. Todo comenzó con el plan de irnos a Italia a ver a amigos, sobre todo porque una amiga estaba enferma, con un tumor cerebral, y poder decirle adiós antes de que deje de reconocer a las personas. Iba con mi madre y por cuestión de horarios, no pudimos coger un vuelo directo para ir a Milán.


Así puestas las cosas, salimos hacia las 16:00 de nuestro aeropuerto dirección El Prat. Cuando nos disponíamos a sacar los billetes, una chica muy amable nos insistió en la conveniencia de facturar el equipaje. Mi madre me miró con cierta duda, pero yo hace tiempo que sé lo que son las maletas facturadas (y ella también) y dijimos que no. Montamos en el avión y milagros de la vida, llegamos a El Prat cinco minutos antes de la hora prevista.
Teníamos una hora larga para localizar nuestro nuevo punto de salida en el aeropuerto barcelonés, pero sobraba tiempo. Una vez localizado el sitio de embarque, fue cuestión de sentarse a esperar. Poco a poco veíamos como se formaba una cola ante el mostrador de embarque, y finalmente decidimos ponernos en la cola, aunque yo andaba rezongando sobre la organización de los embarques, diciendo que si las cosas se hacen correctamente se llama primero a los de las últimas filas, para que el embarque sea más rápido, y que no merece la pena ponerse a la cola. Que es de tontos. 

Finalmente a las 18:20 por megafonía nos dicen que los de filas 1-15 se pongan a la derecha y el resto a la izquierda. Obviamente no íbamos a embarcar a la hora, pero bueno. Y allí en la cola no se movía nada. Todo el mundo esperando, con caras cada vez más elocuentes, pero nada se movía. Mi madre decidió acercarse al mostrados a ver qué puñetas pasaba, porque una cosa es ir con retraso y otra estar en una cola durante 30 minutos y que no se mueva nada.
La información fue increíble: "no sabemos nada". Yo me acerqué entonces al mostrador de Aena a preguntar. Casi calcado: "no sabemos nada". Será que no tienen piloto, porque el avión estaba ahí. No comentaré mi cara, hace ya tiempo que me he convencido que es la del perfecto imbécil a tenor de las respuestas que recibo, pero me faltó un pelo para explicarle a la chica que no soy tonta, y que me imagino que habrá pilotos para emergencias.

Al final, entre dimes y diretes de la gente, nos enteramos de que al parecer había una huelga de controladores. Como llevaba mi Ipad encima (aparte de usarlo como ordenador, me resulta muy útil para dejar a mano el DNI, pasaporte y billetes) me dispuse a conectarme a internet, mientras tomábamos un agua sucia que nos informaron que se llamaba 3€/café. Sorpresas que da la vida, en este aeropuerto la conexión es de pago (excepto los primeros 15 minutos). Después de haber pagado dos cafés a precio de oro, se me quitaron las ganas de soltar más pasta. Y es que generalmente calculo bien los cambios en aeropuertos y no me preocupo de la conexión a internet, porque no la necesito. Mientras mi madre iba en busca de hojas de reclamación, yo meditaba sobre los precios de la comida/bebida de aeropuertos y sobre internet. La cosa oscilaba entre ¿por qué clavan tantísimo por eso, y por qué hay que cobrar internet cuando me voy al bar de la esquina de mi casa y tienen wifi gratis y encima me ponen una tapita con la caña?

Llegan las hojas de reclamaciones, que rellenamos cada una según nuestra situación. Obviamente mi madre a su edad estaba quemada por muchas más cosas, como por ejemplo haberse encontrado los wáteres cerrados por limpieza y haber tenido que ir a otros, mientras que yo simplemente estaba quemada por la falta de información. Miraba las pantallas y los altavoces de megafonía y pensaba “¿para qué estará todo esto ahí?". En mi vuelo ponía que embarcábamos a las 18:20, y esa hora se había volatilizado. Estaba en una cafetería, sin información, rodeada de una multitud furiosa... El pensamiento que se me coló fue que era una situación parecida a la de las películas de zombis. Sólo faltaba que alguien soltara un virus y el caos sería de órdago. 
Firmé la hoja de relcamaciones y fui a entregarla. La chica de Aena, obviamente superada por la avalancha de personas, capeaba el temporal de forma educada. La verdad es que había algunas preguntas-afirmaciones bastante idiotas, tipo “¿y no hay más controladores?” o “yo he pagado, y tengo derecho...” En un momento de silencio, aproveché para decir que yo sólo quería entregar mi hojita de reclamaciones, a lo que la gente cayó en la cuenta de que a lo mejor ellos deberían hacer lo mismo, y se formó un espacio para ver qué hacía. La chica la cogió puso un sello en las tres hojas y me devolvió una.
- ¿Y la rosa?- Dije yo, con cara inocente.
- Esa es para nosotros.
- No. La vuestra es la blanca. La verde es para mi, y la rosa es la que debo presentar en la oficina del consumidor.
- No, no. Eso lo hacemos nosotros...
- Mire, señorita, he trabajado dos años en seguridad, estas hojitas no son oficiales, las oficiales deben llevar sello de la Generalitat, me han dicho mil veces lo que había que decirles a los clientes para que luego ellos no pudieran tramitar correctamente las reclamaciones. Soy más perro viejo que usted, y puede hacer lo que le dé la gana, pero le digo que cuantas más pegas me ponga, peor para ustedes, porque yo sé como hacerlo todo. Se lo advierto, porque conmigo ha pinchado en hueso. Muerdo, y tres veces mas fuerte que usted. Esta hoja es la de la empresa, de momento me vale, pero no intente tomarle el pelo.
- Las hojas oficiales las tiene en el mostrador X, pero yo me quedo con la rosa, si no le importa.
- Gracias, muy amable, y no me importa.

Me fui con mucha tranquilidad, porque entonces empezaron todos a pedir hojas de reclamaciones, aunque con cara algo mosqueada. Alguno me hizo alguna pregunta, que contesté como pude. Y es que los años trabajando en seguridad te hacen saber la mala baba que tienen las empresas, y lo mal que funciona todo.
Busqué a mi madre, y decidimos que lo mejor era escapar de allí. En esos momentos anunciaron por megafonía (y qué buenos altavoces) que los controladores habían abandonado sus puestos de trabajo y que no había vuelos. Ante la confirmación, el caos estaba servido. El anuncio se hizo en castellano, catalán e inglés. Para cuando terminaron de anunciarlo, ya nos habíamos ubicado en una cola, a ver si allí nos daban una noche de hotel, que es lo que deben proporcionar a los viajeros en tránsito.

De vez en cuando alguien pasaba y decía que aquellos señores del vuelo tal tenían que ir a la cinta cual para recoger sus maletas facturadas. Se ve que la megafonía se había averiado, o que consideraban que era más efectivo tener al personal danzando y pegando gritos por el aeropuerto.
Hablando con la gente de la cola, descubrimos que allí no nos iban a solucionar nada, así que optamos por salir a la parte del aeropuerto donde la gente saca el billete (fuera del control policial ese donde te hacen descalzarte y si pita el arco te soban la entrepierna). Allí sí que encontramos alguien que nos dió un vale para transporte en autobús del aeropuerto a un hotel, cena, y desayuno. Además nos dió unos billetes de avión donde decía que nuestro vuelo saldría al día siguiente a las 06:00.
Descubrir de donde salía el autobús fue una auténtica odisea. Atravesamos un parking, saltamos unos jardines, y finalmente encontramos un andén. Ese era el camino más rápido, y yo, que en circunstancias normales no piso ningún jardín por respeto, en esta ocasión comprendí que intentar andar entre marabuntas de personas furiosas no era lo más conveniente.

El autobús tardó 15 minutos en llegar. Esa espera se amenizó hablando con los autobuseros que estaban allí para ir a otros hoteles, los cuales nos iban informando de los sueldos que cobraban los controladores, la situación caótica... Mientras esperábamos, un pobre señor vino hablando italiano. El pobre hombre, ya mayor, había venido de Milán a ver a su hijo, que vivía en Las Palmas. Había conseguido (ignoro cómo, porque el hombre no hablaba ningún otro idioma) bono de hotel y billete, como nosotras. Pero no sabía cual era el bus. Íbamos al mismo sitio, y como hablábamos italiano, dijo que “se iba a pegar a nosotras como un perrito.” Nos contó que en Italia le habían dicho que facturara la maleta, que era mejor, y gratis, y que él había picado. Estaba sin maleta, no se había enterado que había que ir a recogerla a una cinta transportadora, pero que mañana lo intentaría.
Finalmente llegó el bus, y allí sentados todos, hubo tiempo hasta para risas. Comentaban los que hablaban español, que la situación era indignante... Y de repente, entre las voces se oyó una con acento argentino que decía:
- No es para tanto, señores. Yo llevo desde el miércoles intentando volver a mi país, pero el miércoles me dijeron que por la nieve la pista estaba helada, y que no se podía salir. El jueves que había retrasos, hoy los controladores... Y mientras me han tenido en un hotel donde el diablo perdió el poncho, allí aburrida. Pues hoy yo quiero ver la ciudad a la noche...

Me carcajeé con ganas (siempre habrá alguien que esté peor tu, y encima será el que lo cuente de la forma más resignada y divertida posible) y ante mis risas expliqué al italiano lo dicho por la señora.
Llegada al hotel, cena, ducha, y a ver la tele para enterarme de lo que decían. Sorprendía que en el hotel (un tryp 4 estrellas) de nuevo la conexión wifi de pago. Seguir sin internet. La habitación olía a pies, pero bueno. Las noticias poco aportaban que me aclarase lo que pasaba. Mucho debate, pero pocas soluciones. Desde la cama, sin dormir, miraba las imágenes esperando que alguien dijera: “última hora. Todo se ha solucionado. Han hablado y se ha llegado a un acuerdo”. La ingenuidad no tiene edad, obviamente.

A las 04:00 sonó mi móvil. Nadie nos llamó para despertarnos, como habíamos pedido, pero bueno. No íbamos a empezar a quejarnos, que bastante había ya. Desayuno no había, pero si, un café y unas galletas de cortesía en una mesa, y a correr al bus, para llegar otra vez a El Prat. Estuve tentada de reclamar el pan tumaca, pero creo que no era el momento para citar la normativa...
Cuando llegamos al aeropuerto, otra vez todo lleno de gente, algunos durmiendo por las esquinas, otros zombis ya, y nuestro vuelo cancelado. Tarjeta de embarque para el siguiente vuelo previsto, a las 10:00. A pasear en busca de una cafetería en funcionamiento, donde el desayuno fue una clavada de morir. Sobre todo morir por la calidad. Al final encontramos un paquete de pipas en el bolso, que devoramos con fruición, porque la otra opción era apoquinar.
Los baños limpios de narices, porque siempre que íbamos a un servicio, estaba cerrado por limpieza, y no había forma de poder mear en condiciones. El vuelo de las 10 se canceló y nos dieron otra tarjeta para las 12. El de las 12 se canceló y nos dieron tarjeta para las 13:30...

En estas ventanillas yo tuve mala suerte. Invariablemente se dirigían a mi en catalán, supongo que porque en mi DNI pone que soy de allá, aunque muchas veces no lo vieron. Estaba hasta el gorro del catalán, idioma que en un aeropuerto internacional no debería figurar ni en los servicios. Con tanto extranjero, hubiera entendido la presencia del inglés y francés, pero nunca del catalán. Creo que una de las veces debí decirle alguna barbaridad a alguna de las chicas de los mostradores, pero francamente, entre el pitorreo de tarjetitas de embarque, que no había dormido, la mala leche... Pues lo último que me hace falta es una señora jugando a los idiomas. Ganas me entraron de ponerme a hablar en latín, a ver qué coño pasaba, pero bueno.

De todas formas, en esas colas interminables tuve la ocasión de ver a dos sudamericanas enzarzarse en una pelea graciosísima:
- Ladrona, más que ladrona.
- Tú también me robaste...
- Si, pero tú robaste más, ladrona, comemierda...
- ¿Y vos qué, que vas de señora y vienes aquí a gritar?
- Pero eso es lo que le molesta, que le digan que es una ladrona. Pero todo lo que me robaste, Dios me lo devolvió triplicado.
- ¿Pues a que viene entonces aquí a gritar? ¿Qué le pasa entonces?

Divertido, era como pinceladas de color en aquel paisaje desolado en donde imperaba la ley de la selva y el sálvese quien pueda.
Al final le dije a mi madre que mejor volvíamos a casa en autobús. Nos dijeron que si nos íbamos perdíamos derechos de reembolso del billete. Finalmente llegamos a la conclusión de que el dinero no es nada, y el poder sentarte en una taza de wáter sin colas es la leche. Y el dormir un lujo necesario para ambas. Así visto todo, cogimos un taxi (hasta para eso había cola) y escapamos a la estación del Norte. Mientras esperábamos nuestro taxi pude oír a otro sudamericano hablando por teléfono:
- Esto es un quilombo, si, lleno de gauchos borrachos...- Más risas, y para el que no lo sepa, un quilombo es una casa de putas.

Los teléfonos para bus/tren estaban colapsados, por eso tuvimos que ir en persona a la estación. Llegada a la estación, coger billete para el primer bus que salía, que fue a las 22:30 y ya con satisfacción, pudimos dejar las maletas en consigna, irnos a comer a algún bar, y visitar Barcelona, por eso de no quedarnos dormidas.
Barcelona sigue siendo preciosa, inigualable. Al fin en la cafetería del Corte Inglés pude conectarme a internet por el precio de un café servido con corrección, y leer la prensa de medio mundo con calma. Ya muertas, volvimos a la estación de autobuses, y después de unas 7 horas, llegamos a casa. Taxi (no queríamos ni ver el metro) y a dormir.
Esa sería la crónica de lo vivido, en resumen. Yo estuve allí, y pueden ver que no hubo salidas de aviones, que fue un auténtico caos, no informaban de nada y que somos un país tercermundista, se diga lo que se diga.
Todo fue una farsa del Gobierno. Todo estaba planeado por el Mano Negra que ha ocupado el lugar del Bobo Solemne sin comunicado oficial de por medio.

¿Como acabaremos? Inquietante pregunta.

5 comentarios:

  1. Excelente relato de lo vivido en un caos aeropuertuario. Yo también hubiese tenido problemas, como su madre, por mi "síndrome de vejiga hiperactiva". Viví una situación parecida, pero no por culpa de los controladores, sino de EasyJet. Nos despacharon con un puto bocadillo y dijeron a los del hotel que ya íbamos cenados.
    El día 24 tengo un vuelo, espero que todo transcurra normalmente.
    ¡Salud y que toque la lotería!

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  2. ¿Pero a quien se le ocurre viajar? Eso es de aventureros, fugitivos y personas de mal vivir. La clase media está muy equivocada en que es la vida

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  3. Es que yo soy un fugitivo, no se lo diga a nadi. Chsssss...

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  4. Yo concretamente soy una aventurera, y precisamente me tocó odisea para narrar. :-)
    De todas formas, cuando se cancela un vuelo siempre hacen lo mismo. El caos aquí fue porque se cerró el espacio aéreo. No es lo mismo lidiar con 150 pasajeros cabreados que con todo el aeropuerto. Estos tipos no saben nada de organización, y según empezó todo, lo que debían haber hecho era usar la megafonía y pantallas e ir ordenando a las personas, pero bueno.
    Suerte el 24, que creo que la tendrás a juzgar por las últimas noticias. Ojalá toque la lotería a todos, pero si nos vamos, que sea en barco, por favor. :-)

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  5. Nada, nada, de cabreados nada, se me pasó comentar este "detallito". Quitando tres o cuatro españoles, el resto eran ingleses, y jamás vi tal parsimonia, docilidad en las colas, semblantes risueños... como si no estuviese pasando nada. La única persona que vi cabreada fue una inglesa que hablaba perfectamente el español y tenía un bar en no recuerdo ahora qué pueblo de Alicante.
    Pues sí, yo también pagué el "impuesto revolucionario" de tres euros por una cocacola.
    ¡Salud y dinero fácil!

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