viernes, 7 de octubre de 2011

viernes 7 de octubre de 2011

Íntimos enemigos




Éste mes ha sido particularmente prolífico en agravios y declaraciones maliciosas por parte de nuestros estimados nacionalistas catalanes.

Me llevé una sincera sorpresa cuando el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña dictaminó que los colegios catalanes tenían que garantizar la enseñanza en castellano como lengua vehicular. Naturalmente, poco dura la alegría en casa de los pobres. El Presidente de la Generalidad, tardó poco en declarar que no tenía ni la más mínima intención de acatar la sentencia y que en su país, suponemos que Cataluña, la única lengua que se admite es el catalán.


Lo que más me molesta de esta panda de miserables no es que se suban al tejado, se saquen sus atributos y se nos meen encima, es que además quieran convencerme de que en realidad está lloviendo.

El bilingüismo de Cataluña es una patraña inexistente. Un aforismo que se niega a admitir que si en la sociedad catalana, el castellano aún perdura, es por la obstinación de los sufridores castellanoparlantes que nos negamos a admitir el catalán como una lengua alternativa y de auténtica relevancia. Conocer el catalán es una obligación que tenemos todos los ciudadanos que vivimos en ésta comunidad si queremos vivir y trabajar en ella y lo aceptamos con agrado y cierta resignación. Entendemos que un catalanoparlante tiene derecho a que se le entienda cuando va a un comercio y los que trabajamos aquí, debemos conocer las dos lenguas. Pero para nosotros, conocer el idioma local, no puede ir más allá de la disponibilidad o habilidad de disfrutar de cualquier evento cultural o social. No tenemos necesidad ni ganas de usarlo y por supuesto, queremos garantizar que el auténtico idioma materno de nuestros hijos sea el español. Estudiar durante más de una década en el colegio usando sólo el catalán, elimina radicalmente esa posibilidad. Si los niños y jóvenes españoles aún usan el castellano es gracias a los muchos estímulos externos que les rodean; televisión, música, cine y sus hogares y amistades. ¿Es esa la garantía que nos dan los pedagogos nazzionalistas? Hoy, en cualquier edificio oficial; ayuntamientos, colegios, ministerios, toda la documentación te la entregan en catalán, te guste o no. Todas las señales de tráfico están en catalán, toda la rotulación de comercios está en catalán, cualquier subvención cultural a la música, literatura, cine, ha de ser en catalán. El mérito más valorado a la hora de optar a una plaza de médico, profesor, policía etc. es el conocimiento del catalán. Las emisoras de radio que quieren licencia para emitir en Cataluña, deben emitir un mínimo de horas en catalán (curiosamente, en las emisoras catalanas no se habla castellano ni un minuto) así que yo me pregunto: ¿Dónde verán el bilingüismo estos imbéciles?

Cuando la inmersión lingüística (inmesión en el catalán, nada más) lleva un tiempo arraigada, no puede resultar extraño presenciar las declaraciones como las que recientemente, en un debate de Intereconomía, el ilustre Alfons López Tena, diputado por Solidaritat Catalana per la Independència (SI) en el Parlamento Catalán y que apunta a tener presencia en el Congreso y el Senado españoles afirmaba sin reparo que "…si para lograr la independencia hay que reventar a España y ser perjudiciales, lo seremos". O las de la ínclita Sra. Muriel Casals de la Plataforma Omnium, que llamó maltratadores los padres que demandan la educación en castellano para sus hijos en el sistema educativo catalán, durante una entrevista en un programa de TV3. Por supuesto, si Ud. Entra en las páginas web de tales asociaciones, las encontrará sólo en catalán. Y finalmente la garbosa contestación del Honorable Presidente de la Generalidad que ironizando sobre los pobres niños españoles bajo la tiranía del catalán, tienen las mismas notas en castellano en Cataluña que en Andalucía, donde por cierto, según él, no se les entiende al hablar.

Semejantes argumentos, de semejantes elementos es el fruto de más de tres décadas de nacionalismo descontrolado. Treinta años de insultos sin respuesta. De exigencias consentidas. De triunfos sin revancha. De agravios sin consecuencias y de amistades interesadas consintiendo que engordasen su vanidad y su delirio hasta convertirse en un monstruo mimado y caprichoso que no hace más que repetir a voz en grito que nos odia. Que nos odia a muerte, sin que queramos escucharles porque nuestros políticos se han tapado los oídos.

No se trata de ilegalizar ideas, ni coartar derechos de expresión. El independentismo es una opción política amparada por el derecho de asociación, pero si seguimos dándoles oxígeno, crecerán como un globo hasta que nos reviente en la cara. Si los nacionalistas se convierten en los herederos legítimos de Cataluña, si dejamos que copen toda la sociedad catalana. Si permitimos que sigan mangoneando la política nacional con su inflada influencia en las Cámaras, a España sólo le quedan dos caminos: O se aplica el Artículo 155 de la Constitución y se suspende su autonomía, devolviendo el orden natural de las cosas y el sentido común o se les concede la independencia de una puñetera vez y que se vayan a joder a otro.

No podemos ni queremos seguir aguantando sus desprecios, sus abusos ni su odio.

Cataluña es una tierra maravillosa. Un paraíso natural lleno de oportunidades y rico en diversidad. Sus hijos tienen un carácter reservado pero extremadamente amable. Su serenidad y buen criterio son reconocidos y halagados por todo el mundo por su gran capacidad para el trabajo bien hecho y su seriedad en la industria. Generosos, pero no derrochadores. Austeros, pero no miserables. Pacíficos, pero no cobardes. Serios, pero sabiendo divertirse cuando toca. Un vergel abierto a España entera donde todo el mundo es bien recibido. Pero en todo jardín nace la mala hierba que desluce la planta cuidada con esmero. Mimada por las manos expertas del jardinero que dedica su esfuerzo y sudor y que ve, como de forma injusta crecen hierbas parásitas en forma de nacionalismo cerril. Cerrado, intolerante, excluyente, envidioso, agresivo, difamador y destructivo.

La verdad e que llevan tanto tiempo jodiéndonos que ya somos íntimos enemigos.




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